El conjunto de reformas realizadas por Solón (ca. 639-559 a.C.) a inicios del siglo VI a. C. y que conocemos gracias a autores como Aristóteles, Plutarco o Diógenes Laercio, nos ha permitido a los historiadores estudiar la dramática realidad social y económica existente en el Ática previa al legislador ateniense. En esta entrada intentaremos explicar cuál era la situación de uno de los colectivos más afectados por esta situación: los campesinos pobres y desposeídos. Para ello, abordaremos la cuestión desde la propia gestación de la pólis como entidad política hasta la entrada en escena Solón de Atenas, que vendría a revertir una dinámica de endeudamiento y empobrecimiento campesino verdaderamente grave. Como no podía ser de otra manera, nos serviremos tanto de fuentes primarias como de secundarias para poder comprender el origen y las características de esta clase de individuos. Mediante el estudio de los testimonios y descripciones de autores como Homero, Hesíodo o Plutarco, entre otros, y de las investigaciones de especialistas en diferentes ámbitos del arcaísmo griego, sobre todo de aquellos que han trabajado cuestiones relativas al mundo agrario y campesino, intentaremos exponer una descripción sintética de los procesos que desembocaron en la aparición de los campesinos desposeídos durante el periodo arcaico.
Una sociedad polarizada
La mayor parte de las fuentes nos informan de la existencia de dos grupos sociales en el seno de la sociedad arcaica ateniense: por una parte los ricos y/o aristócratas (plousioi), donde debemos ubicar a los eupátridas, aristoi que se hicieron con el poder en la ciudad en algún momento de los “siglos oscuros” y que poseían las tierras de mayor calidad (Monedero, 2001: 14) y, por la otra, aquellos a los que las fuentes denominan kakoi -hecho que muestra el profundo carácter proaristocrático de muchas de las fuentes, tanto de la época como posteriores (Teognis de Megara, Platón o Aristóteles constituyen algunos ejemplos)-, grupo en el que entrarían tanto los medianos y pequeños campesinos como aquellos individuos endeudados o esclavizados. Entre ambos sectores se desarrollarían relaciones características de una sociedad agrícola donde el pago por bienes y servicios se hacía a través del trabajo, aunque también en especie o mediante una combinación de ambas cosas. Como veremos, durante el siglo VII a. C., sobre todo en sus últimas décadas, tendría lugar una crisis social provocada en gran parte por el proceso de acumulación de tierras llevado a cabo por la aristocracia de las póleis, hecho que degradará en extremo las condiciones socioeconómicas de ciertos sectores del campesinado más empobrecido, quedando este subordinado de distintas formas a las elites.
La polarización de la sociedad ateniense será la que sirva de cimiento para gran parte de las reformas efectuadas por Solón, sobre todo en lo referente al establecimiento de un sistema timocrático en base a la capacidad productiva agraria de la población. No obstante, aunque la información que nos ofrecen los autores clásicos sobre Solón y sus reformas nos muestre, tal y como decíamos anteriormente, un reflejo más o menos preciso de esta sociedad a principios del siglo VI a. C., debemos retroceder en el tiempo, hasta las postrimerías de los “siglos oscuros” y los inicios del arcaísmo para poder entender el origen y la evolución del mundo agrario y campesino en la Grecia arcaica. De esta manera podremos examinar en su justo contexto los cauces políticos, sociales y económicos que desembocaron en la configuración de dicha sociedad y, más concretamente, en la aparición de esa categoría de campesinos desposeídos llamados thêtes/hektémoroi.
El mundo agrario en la Grecia arcaica: el caso del campesinado ático
Durante el final de la Edad Oscura y los inicios del arcaísmo parece constatarse una transformación de la economía, desde una base eminentemente pecuaria a una agraria e intensiva, en gran medida propiciada por un incremento poblacional a partir del siglo VIII a. C. y de la generalización de la granja familiar intensiva en la mayoría de los contextos rurales de las póleis (Gallego, 2004: 16).
Dentro del Ática, al igual que en gran parte de la Hélade, se observa un proceso de “colonización interior” desde el siglo VIII, coincidiendo con la fase en la que Grecia asiste al nacimiento de la pólis como fenómeno político y social (sinecismo). Sin embargo, a partir de finales de dicho siglo, el registro arqueológico nos hace entrever un retroceso en el desarrollo político de la región, algo que efectivamente parece reflejarse dentro del contexto funerario, ya que en los escasos enterramientos conocidos durante esta época hay una verdadera ausencia de ajuares no pertenecientes a la aristocracia (Morris, citado en Monedero, op. cit.: 16). Por tanto, este hecho podría ser una pista de la profunda estratificación social que se estaba produciendo, aún más presente que en el resto de las póleis griegas y que sin duda constituiría una de las causas principales de la inestabilidad sociopolítica característica de la Atenas arcaica.

No obstante, los siglos VIII y VII fueron trascendentales para el desarrollo de dos fenómenos fundamentales dentro del propio contexto de las póleis: por una parte la formación de una “ciudadanía” en el seno de cada comunidad y, por otra, la apropiación y el reparto de la tierra disponible. En el caso que nos ocupa, este último fenómeno tendrá una especial relevancia en el Ática, dentro de ese proceso que hemos llamado “colonización interior” y en el que jugaron un papel importante tanto los aristoi locales como las comunidades campesinas, que desarrollaron una dinámica reciprocitaria basada en una solidaridad agraria. Así es, de forma paralela a la esfera aristocrática, donde el banquete, la épica o la agonística se erigen como formas de solidaridad asociadas al núcleo de la ciudad (asty), se crea en el ámbito agrario y campesino (chora) una suerte de dinámica solidaria entre los vecinos que permite crear cierto equilibrio socioeconómico a través de la redistribución periódica de productos dentro de la comunidad; hecho que crearía cierta independencia de los campesinos frente a los aristócratas y sus imposiciones dentro del territorio de la pólis (cf. Gallego, 2017: 124-131).
Aunque ambas formas de solidaridad tendrían lugar de forma separada dentro del proceso de sinecismo y de colonización interior, veremos cómo una mayoría de labradores medianos y autónomos se irá integrando poco a poco en el ecosistema político de las póleis, un ámbito que, a priori, choca frontalmente con los valores campesinos y con esa cooperación entre vecinos a la que nos hemos referido. Dicha integración no estará exenta de conflictividad social por la naturaleza desigual de dos mundos que pretenden integrarse en uno solo y en la que será necesario el empleo de reformas políticas, más o menos radicales, que permitiesen cierta estabilidad dentro de estas sociedades (Finley, 2007: 151-154). Pero aún con estas medidas, la desigualdad crecería de forma constante a lo largo del siglo VII, sobre todo aquella provocada por la distribución desigual de la tierra, hecho que no haría sino aumentar aún más la polarización entre pobres y ricos.
La inclusión progresiva de las aldeas en el espacio de la pólis tendría dos consecuencias derivadas: la reducción del poder aristocrático y la transformación de los campesinos libres en un grupo decisivo en la evolución ulterior de la ciudad, algo de lo que ya nos habla Hesíodo cuando alude a la presencia creciente de los agricultores autónomos en los asuntos políticos de las recién creadas póleis. Sin embargo, en última instancia, tales consecuencias no conseguirían eliminar las diferencias sociales, puesto que la integración de los campesinos independientes en el seno de la ciudad solo redundaría en beneficio de estos. Además, dicha integración tendría lugar de forma paralela a la dinámica de aumento demográfico constante característica de los siglos VIII y VII, un condicionante que provocaría la ampliación de las áreas destinadas al cultivo intensivo mediante la ya mencionada colonización interior, sin olvidar lo que ello implicaba en cuanto al reparto de tierras (Gallego, 2012: 143).
Conviene remarcar que, aunque durante el proceso de sinecismo, las diferentes póleis absorbieron dentro de su territorio al conjunto de aldeas más o menos próximas, el modo de vida rural de los medianos y pequeños labradores nunca desapareció. De hecho, numerosos elementos pertenecientes al mundo campesino, sobre todo aquellos relacionados con la producción y las bases económicas, permearon diferentes aspectos políticos y socioeconómicos de la propia pólis, creando con ello una mutación en los cimientos mismos de estas comunidades.

En todo caso, el conjunto de productores agrícolas que ahora formaba parte de la vida de la ciudad no llegó nunca a constituir un grupo uniforme, ya que dentro de este colectivo existían diferencias sociales muy notables. Por una parte tendríamos a los medianos propietarios ya mencionados, que podían producir más allá de la propia subsistencia, con lo que serían capaces de costearse sus propias panoplias para formar parte del ejército de la pólis (como soldados de infantería u hoplitas); son los zeugîtai a los que alude Aristóteles en Constitución de los Atenienses (4.3, trad. 1984). Por otra, y en un nivel socioeconómico inferior, figurarían aquellos campesinos que carecían de parcelas de tierra o disponían de terrenos tan pequeños que no les permitían sobrevivir. Estos últimos individuos son los que las fuentes mencionan como thêtes, los más humildes de los hombres libres, jornaleros que se veían obligados a entrar en diferentes tipos de relaciones de dependencia con otros grupos -sobre todo con los aristoi– para poder subsistir de alguna manera. Es más, las diferencias entre los propios campesinos se reflejaban incluso a nivel de ciudadanía, puesto que solo los primeros podían formar parte del cuerpo cívico, en contraposición a los pequeños campesinos, tan pobres que se veían impedidos para proveerse de armamento y, en consecuencia, de ser considerados ciudadanos, algo que ya se deja entrever en el corpus legislativo de Dracón:
“Después, pasado un tiempo, no mucho, siendo arconte Aristecmo, Dracón dispuso sus leyes, y su organización tenía la siguiente forma: se concedía la ciudadanía a los que podían proveerse del armamento de hoplita”.
Constitución de los Atenienses, 4.1-2.
Así pues, nos encontramos con una masa de campesinos pobres para los que la ciudadanía era una meta prácticamente imposible, viéndose además condicionados por obligaciones y/o dependencias para con las elites. Ya fuera trabajando los terrenos de los ricos, pagando tributos o realizando donaciones de productos, los pequeños productores estaban sujetos irremediablemente a las exigencias de los aristoi. El mismo Homero nos hace referencia a esta dependencia asimétrica cuando dice “bebéis en la tienda de los Atridas Agamenón y Menelao el vino que el pueblo paga” (Ilíada, XVII, v. 250).
En el caso del Ática, hasta tal punto llegó la dinámica de colonización interior y el aumento de las desigualdades sociales que, durante la segunda mitad del siglo VII, asistiremos a una verdadera crisis en lo que respecta a la propiedad, ya que se observa una progresiva degradación en las condiciones de vida de los pequeños propietarios. Efectivamente, la situación precaria de estos campesinos humildes, provocada en gran medida por la constante política aristocrática de acaparamiento de tierras, se ve agudizada sobre todo a finales de dicho siglo, cuando se produce una aceleración en la pérdida de haciendas explotables -que pasarían a formar parte de los aristoi– y una consecuente transformación de dichos campesinos en población endeudada y sin propiedades. Además, dicha crisis no afectó solamente a los más pobres sino también a los medianos propietarios, aquellos que eran capaces de costearse su propia panoplia, que fueron incapaces de escapar de una espiral de endeudamientos. Será ahora cuando la deuda se convierta definitivamente en un verdadero elemento estructural dentro de las relaciones socioeconómicas entre las elites y el campesinado.

Es dentro de este contexto -el de la dinámica de endeudamiento- en el que se ha de ubicar un factor que no debemos pasar por alto y que sin duda favoreció o, por lo menos, condicionó, la consolidación de este sistema de dependencia; nos referimos al clima. No es descabellado pensar que las irregularidades climatológicas jugaron un papel esencial en la degradación del campesinado, ya que las hostilidades atmosféricas afectarían gravemente a la salud de la agricultura, sobre todo de pequeña escala, poniendo en serio peligro las cosechas de los campesinos más modestos. En contraposición, los grandes terratenientes tendrían una mayor capacidad para hacer frente a los caprichos del tiempo, puesto que la abundancia y extensión de sus propiedades les ayudaba a resistir mejor las inclemencias (Jameson, 1977-1978: 129-131; Paiaro, 2011: 11-12). Ante esta situación, los pequeños y medianos propietarios se veían en la necesidad de acudir a las elites en busca de ayuda frente a las consecuencias de unas cosechas desastrosas, algo que indudablemente podía llevar al endeudamiento y a otras formas de dependencia.
En la Grecia arcaica del siglo VII la deuda y los intereses eran pagados en trabajo o en especie, ya que la economía estaba aun escasamente monetizada (cf. Kroll y Waggoner, 1984: 326). Si el deudor no era capaz de pagarla, se veía sujeto a una serie de condiciones establecidas por el acreedor, afectando tanto al propio campesino endeudado como a su familia. Como veremos a continuación, existían dos posibilidades, o bien que el acreedor se hiciera con la tierra que en origen pertenecía al deudor, permitiendo no obstante que este pudiera continuar trabajándola a cambio del pago de una renta, o bien que el terrateniente lo vendiera al extranjero como esclavo para así recuperar parte de lo prestado. Es aquí donde debemos situar la gestación y el desarrollo de una serie de nuevas relaciones creadas en torno al binomio aristócrata – campesino, relaciones de dependencia que desembocarían en la aparición de un tipo muy concreto de campesino no propietario y que serán esenciales para comprender las medidas económicas instauradas por Solón a principios del siglo VI.
La tierra: propiedad, alienabilidad y campesinos no propietarios
No cabe ninguna duda de que uno de los factores principales y que tantos problemas articulaba en el seno de las sociedades de la Grecia arcaica -y por supuesto en el Ática-, era la propiedad de la tierra. Sin ninguna duda fue el elemento central sobre el que orbitaban los aspectos más importantes de la vida del campesino arcaico, independientemente de su condición, ya que incluso entre los no propietarios era un condicionante para su propia supervivencia.
En función de los datos que nos dan las fuentes escritas más antiguas del periodo, principalmente Homero y Hesíodo (Il., XII, 421-424; Il., XIV, 119-123; Od., VI, 7-19; Od., VII, 311-315 y Od., XXI, 213-215; Trab., 341-342) podemos decir que la propiedad de la tierra era tanto privada como pública o comunal. Esta última podía ser repartida o “privatizada” o bien cedida en usufructo, cuya gestión y control estaría a cargo de los aristoi de la pólis (Valdés, 2006: 145 y 146). Las fuentes también nos dan a entender que la tierra, en la mayoría de los casos, era alienable, aunque en este aspecto hay que incidir en la existencia de una fuerte tendencia a no vender o abandonar el terreno que había sido heredado de la familia o los antepasados, lo cual suponía que, además de vínculos económicos, la propiedad también implicaba lazos sentimentales. En todo caso, la tierra era alienable de facto y podía perfectamente perderse (tanto el klêros como el oikos), sobre todo por deudas, momento en el que el campesino podía optar a seguir trabajando esa misma tierra -sin ser dueño ya de ella- a cambio de una porción de la cosecha, pasando así a ser incluido dentro de la categoría de los ἑκτήμοροι/hektémoroi, un subtipo específico de θῆτες/thêtes o arrendatarios pobres.
Más allá del grupo de teorías surgidas en torno al origen de esta figura, parece bastante claro que aquellos campesinos propietarios que se endeudaban y perdían sus propiedades se veían en un horizonte muy complicado para ellos y sus familias. Como hemos comentado, uno de los escenarios posibles era que se transformasen en thêtes/hektémoroi, trabajando en su antigua tierra o en la de otros; sin embargo, existía otro destino aún más humillante: ser vendidos como esclavos a extranjeros, tal y como nos dice Plutarco (Sol., 8.13-16). Además, el hecho de quedar endeudados, sin importar su suerte final, creaba un estigma para los afectados; se convertían en individuos despreciados y proscritos (atimoi), repudiados por la comunidad, e incluso podían llegar a ser susceptibles de ser maltratados o asesinados (cf. Valdés, op. cit.: 153).

Si nos centramos ahora en la terminología empleada para referirse al conjunto de campesinos no propietarios, de nuevo las fuentes nos ofrecen diversas descripciones. En cuanto al término thêtes, tanto Homero (Od., IV, 644) como Hesíodo (Trab., 602) lo emplean para aludir al jornalero, libre pero pobre, que trabajaba en el campo a cambio de sustento. Por su parte, Platón (Eutifrón, 4c) y Pólux (Poll., 3.82 y 3.110-111) hacen equivaler thêtes con πελάται/pelátai, algo parecido a lo que ocurre con Aristóteles (Cons., 2.2), que relaciona a los endeudados hektémoroi con los pelátai. Estas equivalencias también se presentan en otros autores, como el ya citado Plutarco, que sitúa en un mismo nivel a los thêtes y a los hektémoroi, o en Aristófanes de Bizancio (Frag. 39 N), donde los iguala con el latrís, es decir, el individuo que sirve por un salario. No obstante, aunque los significados que nos dan son variados, sí que se observa una suerte de “sobreposición” o solapamiento entre thêtes, hektémoroi y pelátai en el que figuran a un mismo nivel, el de campesinos no propietarios, libres pero en condiciones muy dramáticas, al borde mismo de la esclavitud.
Así pues, el colectivo estaba representado por campesinos libres pero desposeídos, sin propiedad y dependientes, que servían de forma verdaderamente precaria en las tierras de la elite a cambio de un salario. En el caso de que los campesinos fueran hektémoroi, estos recibían una porción de la cosecha, la sexta parte según Aristóteles, aunque hay otros autores que contradicen su versión, como el mismo Plutarco o Hesiquio (cf. Valdés, op. cit.: 157). Sea como fuere, es bastante probable que el sexto de la cosecha obtenida constituyera la contraprestación por su trabajo como jornalero, independientemente de aquellos medios que le eran prestados para poder realizar la labor encomendada (la propia tierra, las semillas o los animales). También parece ser que los hektémoroi tuvieron cierta variedad dentro de su colectivo, ya que según nos refiere Valdés, existía una diferenciación entre los que llevaban más tiempo trabajando la misma tierra y los que se habían instalado recientemente; incluso existía una distinción entre aquellos que se ocupaban de las tierras públicas y los que acababan en propiedades privadas de los aristócratas.
Un nuevo horizonte político
Una vez lleguemos a los inicios del siglo VI y con ello al gobierno de Solón, se apreciarán cambios sustanciales en lo que respecta a las condiciones de los hektémoroi y al conjunto general de campesinos áticos. Efectivamente, con la llegada al poder del legislador ateniense, se ponen en práctica una serie de reformas encaminadas a suavizar la dramática situación de las clases más humildes, tanto para los propietarios endeudados que aún no habían perdido su tierra como para los que la habían perdido y ahora trabajaban como thêtes. Gracias a ellas se produce una cancelación general de las deudas (Cons. 6.1), se procede a la supresión del hectemorazgo y se permite recuperar la libertad de aquellos que habían caído en la esclavitud. Además, los thêtes dejan de ser considerados atimoi y se transforman en una categoría censitaria -por debajo de los zeugîtai (Cons., 7.3; también Pol., 1273b 35 y 1274a 21)- dentro del sistema timocrático instaurado por Solón; su ciudadanía es finalmente reconocida, pudiendo así participar hasta cierto punto en las cuestiones políticas de la pólis (Paiaro, op. cit.: 17).
Conviene señalar que en ningún momento Solón fue partidario de la isomoiria o de la redistribución equitativa de la tierra, hecho que, sin embargo, no impediría que gran parte de los campesinos endeudados conservaran la tierra con la cancelación de las deudas o que los hektémoroi que llevaban mucho tiempo trabajando la misma propiedad pudieran finalmente obtenerla mediante la seisákhteia, el conjunto de leyes encaminadas a disolver el endeudamiento (Sol., 15.2 y 15.4). Lógicamente, estas medidas no llegarían al total de la población campesina no propietaria, ya que para un considerable número de antiguos thêtes/hektémoroi fue imposible recuperar su antigua tierra. En consecuencia, muchos de ellos tuvieron que reorientar sus vidas, bien dedicándose al comercio y la artesanía, o bien viviendo de forma precaria como jornaleros.
Podemos decir que las reformas de Solón supusieron, por una parte, la liberación de gran parte del campesinado ático y, por otra, la pérdida para la aristocracia de uno de los mecanismos que le permitía obtener mano de obra de entre la población más humilde del Ática, ya que los pequeños y medianos labradores subyugados volvieron a recuperar aquellas tierras que anteriormente les habían pertenecido de forma autónoma (Monedero, 2001: 21).

Conclusiones
La aparición de la pólis como horizonte sociopolítico supuso un nuevo escenario histórico para el desarrollo de una serie de profundos cambios que afectaron a todos los niveles de la sociedad griega arcaica, un entorno en el que, como hemos tenido oportunidad de analizar, el mundo rural y campesino resultó ser un actor muy importante. El sinecismo producido en el ática durante las postrimerías de la Edad Oscura y los inicios del arcaísmo había provocado la inclusión progresiva de los territorios campesinos dentro del espacio de influencia de las póleis y, con ello, sus pobladores quedaron integrados en el nuevo ecosistema político.
De esta manera, dos mundos con formas de pensar y costumbres sensiblemente diferentes, quedaron unidos; sin embargo, dicha fusión no fue fácil, ya que, aunque el elemento campesino jugó un papel capital en la evolución política de las póleis, también resultó afectado por el núcleo social más poderoso de la ciudad, las elites. Sería en este contexto en el que se manifestarían nuevas relaciones de dependencia entre los pequeños y medianos propietarios rurales y los grandes terratenientes aristocráticos, todo ello en un momento crítico para la historia de Grecia puesto que se estaba produciendo un crecimiento general de la población y una verdadera crisis en la disponibilidad de tierras cultivables, a la que indudablemente contribuyó el acaparamiento de las mismas por parte del conjunto de aristoi existentes.
El caso del Ática, que es quizá el mejor documentado, fue especialmente dramático. Las diferencias sociales desarrolladas a lo largo del siglo VII provocaron la aparición de una clase de campesinos no propietarios, individuos endeudados cuyas condiciones de vida eran realmente miserables, tal y como hemos tenido oportunidad de ver, llegando incluso a ser despreciados por sus respectivas comunidades o, en el peor de los casos, siendo convertidos en esclavos. La situación de desigualdad entre las elites y gran parte del campesinado a finales del siglo VII fue de tal magnitud que se hizo necesaria una solución que de alguna manera estabilizara la stásis social presente en la región. De este modo, como respuesta a dicha problemática, surge a principios del siglo VI la figura de Solón que, mediante una serie de leyes, conseguirá revertir hasta cierto punto el proceso de degradación campesina. El resultado será la eliminación del hectemorazgo y de las diferentes formas de dependencia y endeudamiento, así como la liberación de aquellos que habían caído en la esclavitud.
Gracias a los cambios efectuados por el legislador ateniense se ponía fin a una dinámica social arrastrada desde los inicios del periodo arcaico, basada en la coacción política y jurídica sobre una población campesina gravemente empobrecida. Será así como se abrirá un nuevo horizonte sociopolítico para la historia del Ática, caracterizado por la existencia de una ciudadanía en la que la figura del campesino libre y propietario conseguirá erigirse como un actor esencial dentro de la vida política de la pólis.
Referencias
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